martes, 24 de noviembre de 2015

Somni Somne (La pequeña Musgo)


La pequeña Musgo no tenía el cabello color plata como sus hermanas, ni la piel blanca como el marfil. Ni siquiera sus colmillos brillaban tanto como los de ellas, ni eran tan largos y afilados.

A duras penas y le asomaba de la boca, uno muy pequeño.

Con la llegada del alba las Somni Somnes, regresaban a la Niebla y allí permanecían hasta el nuevo anochecer, todas menos Musgo, que se deslizaba en el interior de la tierra húmeda del pantano bajo un árbol enorme que cubría el cielo.


Su cabello color verde mortecino, pasaba desapercibido entre las plantas que cubrían el lodazal. 



Una noche en que sus hermanas partieron en busca de tristezas y lamentos de los que alimentarse, la pequeña ascendió de entre el lodazal y escuchó una melodía lejana que atrapó toda su atención.

Fue caminando bosque a través totalmente extasiada por aquella música, que sin saber por qué, le atraía irremediablemente.

Cuando llegó al final del bosque divisó una bonita casa de tejas negras y descubrió que aquel hermoso sonido, provenía de una de las ventanas abiertas de la planta de arriba.

Trepó entonces por una de las cañerías cercanas a la ventana y asomándose discretamente por ella, sus ojos negros como la noche, contemplaron a un joven niño de rizos oscuros y perfectos, de aspecto lánguido, que no tendría más de nueve años y observó que como ella, tenía la piel pálida y sombras lilaceas bajo los ojos.

Aquella música producía en la pequeña Musgo algo casi hipnótico pues sin darse cuenta y dejándose llevar, puso sus pies descalzos y llenos de barro dentro de la habitación.

De pronto una voz que provenía de la planta de abajo de la casa, interrumpió al pequeño que tocaba concentrado con los ojos cerrados.

-¡Víctor! ¿No me oyes? ¡Deja ya el violín por hoy, por favor!

-¡Si madre!- dijo mientras dejaba el violín sobre la cama.

-¡No! -exclamó en un arrebato Musgo -no pares por favor...

Cuando Musgo se dio cuenta de lo que acababa de hacer, se asustó muchísimo y quiso salir corriendo, pero entonces Víctor girándose hacía la ventana preguntó...

-¿Quien anda ahí?

La pequeña se armó de valor y pasando a través de la ventana, entró de nuevo en la habitación.
Pero el niño, siguió preguntando...

-¿Hay alguien? ¿Quién es?

-No... no... ¿No me ves?- dijo extrañada y con algo de temor Musgo, pues sintió que estaba llegando muy lejos con todo aquello...

-No, no te veo ¿quién eres? ¿Qué haces en mi cuarto?

Musgo ya estaba demasiado cerca del muchacho y se dio cuenta que realmente no la podía ver, entonces se fijó en sus ojos que eran grandes y blancos.

-Lo... lo siento... yo solo vine, por que escuché algo tan hermoso que venía de aquí...

-¿De verdad te parece que toco bien el violín?

-¿El... violín?

-Sí, ¿no sabes lo que es un violín?

-No...

-Vaya, realmente eres una niña muy rara. ¿Vives cerca de aquí?

-Si...

-¡Víctor! ¡Ve metiéndote en la cama, que ya subo!

De nuevo la voz que venía del piso de abajo, les interrumpió...

-Es mi madre, deberías irte, no le parece bien que reciba visitas ni que tenga la ventana abierta, aunque siempre aprovecho mis ratos con el violín para abrirla.

Musgo subió una pierna al alféizar de la ventana y se disponía a marcharse, cuando Víctor le preguntó...

-¿Vendrás otro día? Me gusta saber que… alguien escucha mi música.

Pero Musgo, ya se había marchado. 



Cuando Víctor cumplió doce años, supo que algo ocurría con aquella niña que le visitaba cada noche, pero que jamás crecía.

Abrió la ventana y sujetando su robusto violín, comenzó a tocar.

Se había vestido para la ocasión con un hermoso chaleco gris que dejaba a la vista, la cadena dorada de su reloj de bolsillo y sus rizos oscuros, que caían de forma delicada y perfecta sobre su frente, parecían castaños bajo la luz tenue del único candelabro de la estancia.

Al poco tiempo escuchó aquellos pequeños pasos que le eran tan familiares y mientras en su rostro se dibujaba una gran sonrisa, comenzó a tocar con más intensidad.

Esa noche por motivo de su cumpleaños su madre quiso hacerle una pequeña concesión y le dejó tocar hasta más tarde, esto hizo que la pequeña Musgo no se diera cuenta de lo poco que faltaba para el alba, hasta que el picaporte de la puerta comenzó a girar.

Entonces veloz, salió por la ventana y se escondió dentro del musgo del tejado.


Cuando sus hermanas regresaron de madrugada y vieron preocupadas que no estaba, Melusina la hermana mayor, decidió ir a buscarla aún arriesgo de desaparecer para siempre con los primeros rayos de sol.

Musgo no podía olvidar lo enfadada que estaba su hermana cuando la encontró, ni el peligro que  había corrido por su culpa.

-“Las criaturas eternas no deben ser vistas jamás, es antinatural y peligroso, ningún humano debe saber de nuestra existencia” –repetía entre susurros Melusina a la pequeña.

Sin embargo aún estaban a tiempo de arreglar lo ocurrido. Musgo solo tendría que robar un mal sueño de Víctor y alimentarse por primera vez, de tristezas y lamentos, pues se convertiría así, en una Somni Somne completa y ambos se olvidarían.

-“Pero cuidado”-, le advirtió su hermana mayor, pues solo tendría una única oportunidad. Si algo saliera mal, se quedaría así para siempre.

La pequeña, que había anhelado siempre ser como sus hermanas y vagar con ellas en la noche, sintió por primera vez la punzada de las dudas.



Cuando el muchacho entró en la habitación, sintió aquel olor húmedo y barroso que anunciaba que tenía visita. Se acercó a la cama y se disculpó por no haber estado en su cuarto, desde hacía más de un mes.

Sabía que su amiga estaría esperándole, pues hacía tiempo que se acercaba a la casa aunque no hubiera melodía que la atrajese.

A Musgo le pareció que estaba más delgado y que su rostro reflejaba cansancio. Él se recostó en la cama cerca de ella, que estaba sentada tocando las cuerdas del violín.

-Te compensaré, siento no haber estado esta vez en mi cumpleaños, lo celebraremos como cada año, te lo prometo- dijo el joven mientras cerraba los ojos.

Musgo que concebía el tiempo de una forma distinta, no sabía que Víctor ya había cumplido catorce años hacía unas semanas. Dejó el violín a su lado y se levantó para marcharse, pero él en un hilo de voz le pidió que se quedara, un poco más...

La pequeña se recostó a su lado en la cama. En medio de ellos, su amado y ajado violín.


Víctor dormía cuando ella comenzó a sentir aquel cosquilleo extraño, era como un hormigueo que recorría todo su diminuto cuerpo, contempló como el muchacho se movía y agitaba inquieto. 
Entonces lo entendió. Víctor estaba teniendo una pesadilla.

Fue más y más fuerte la necesidad imperiosa de hacerse con ese mal sueño y en ese mismo instante Musgo decidió dar el paso, pues ese era su destino.

Su cuerpo comenzó a resplandecer, su piel pálida y verdosa dio paso a un color blanco como el marfil, su único colmillo se alargó brillante y al otro lado, apareció otro similar. Su cuerpo ahora ligero como una pluma se elevó y sus cabellos se tornaron de un blanco luminoso.

El cambio estaba sucediendo, pero la pequeña abrió los ojos y contempló el rostro de su querido amigo, entonces recordó... "después de esa noche, ambos se olvidarían".

Un sentimiento asfixiante de miedo y nostalgia se fue apoderando de ella, interrumpiendo el proceso y arrebatándole la oportunidad de cambiar.

No se había alimentado y el sueño no fue robado, su cuerpo dejó de ser liviano y etéreo. El peso de la materia la empujó contra el suelo, recuperando su forma y quedándose así, para siempre.

Las Somni Somnes aquella madrugada no esperaron a su hermana, de alguna forma sabían lo  sucedido y aunque respetaban su decisión, volvieron a la niebla tristes y silenciosas.




Los años pasaron veloces y Víctor, que se había convertido en un hermoso joven de dieciséis años, ese día recibiría la visita de Musgo un poco más tarde que de costumbre.

La pequeña esperó con paciencia a que la tierra no estuviera tan húmeda, había sido un día muy lluvioso y no quería poner la casa de Víctor perdida de barro, como ya había sucedido en más de una ocasión por culpa de sus pies descalzos.

La madre de Víctor comenzaba a estar muy asustada por aquellas pisadas pequeñas y extrañas, que aparecían desde hacía años, en el cuarto de su hijo.

Asomó su cabecita de pelo verde por la ventana, ahí estaba Víctor, acostado en su cama y como siempre cerca de él, su amado violín.

Entró sigilosamente a la habitación, pues Víctor tenía un oído muy fino y las veces que quiso sorprenderle, él siempre se anticipaba y la descubría.

Pero esta vez parecía profundamente dormido. Cuando estuvo cerca de su cara, le tocó con un dedo la mejilla... pero la retiró enseguida, pues estaba muy fría.

"La ventana abierta", pensó... entonces se dirigió a la ventana, para cerrarla.

Musgo no entendía que pasaba, pues estaba haciendo bastante ruido y sin embargo Víctor no se despertaba, ni se movía... se acercó de nuevo a la cama.

-¿Víctor?... - le susurró al oído.

Entonces escuchó unos pasos que venían de la escalera, quiso salir corriendo, pero acababa de cerrar la ventana y ahora no lograba abrirla, no tuvo más remedio que esconderse bajo la cama.

Todo lo que ocurrió a continuación, fueron gritos y desgarro... llantos y lamentos.

Musgo se tapó los oídos, no quería oírlo...

Víctor, se había ido. 



Durante años Musgo siguió visitando aquella casa, pues aunque ahora estaba abandonada, la cama y el violín de Víctor seguían ahí.

Le gustaba estirarse en la cama junto al violín, esperando así el alba.

Sus hermanas al verla regresar la rodeaban con cantos antiguos y luces. Pero Musgo se sumergía en su lugar, sin que consiguieran animarla. 


Durante cien años Musgo continuó con aquella costumbre, pero un día al intentar entrar en el cuarto de Víctor se encontró con cosas movidas de lugar y muchas cajas por toda la estancia.

Entró en la habitación con cautela, pues escuchaba voces que venían de la planta de abajo.

En ese momento la puerta se abrió de un golpe brusco y Musgo se quedó inmóvil del susto.

Ante ella, había una niña de coletas rubias y rodillas regordetas. Parecía pequeña, de unos cuatro años. La niña de pecosas mejillas y sonrisa mellada, dejo caer al suelo la cajita que llevaba en las manos llena de juguetes y la miró desafiante...

-¿Tú quién eres? Este es mi cuarto, ¿sabías?

Entonces los ojos de la niña se desviaron y miraron con entusiasmo el violín que había sobre la cama.

La niña se acercó a la cama para cogerlo pero en un inesperado arranque, Musgo se adelantó y lo cogió.

-Oh... ¿es tuyo?

Musgo no supo que decir...

-Es muy bonito- dijo la niña sin apartar los ojos de él.

Musgo entonces miró el violín con cariño...

-Está un poco roto y es muy viejo... pero sí... es muy bonito. Toma, para ti.

La niña lo tomó con ilusión y se quedó abrazándolo mientras Musgo salía por la ventana,
despidiéndose para siempre, de aquella casa.  



Desde el encuentro con aquella niña Musgo no había emergido del lodazal, sus hermanas vagaban por el pantano preocupadas, llamándola sin cesar.

Hasta que una noche, una melodía envolvió el bosque...

Melusina contempló aliviada como su hermana ascendiendo a la superficie, se alejaba del gran árbol encaminándose bosque a través.

Musgo sabía que no podía ser... pero aquella música, se parecía tanto...

Siguiendo de nuevo aquel sendero que tan bien conocía, apareció ante ella su amada casa de tejas negras.

Trepó hasta la ventana del cuarto que había sido de Víctor y mirando en el interior, vio que ya no estaba el papel marrón de flores sepias que envolvían las paredes de la habitación, ni el escritorio antiguo, ni aquel reloj de péndulo enorme...

Ahora los colores vibrantes saltaban de las paredes que estaban cubiertas de imágenes de personas vestidas de negro, con correas y metales, en el cuello y las orejas.

Sobre la cama que ahora estaba cubierta de sabanas de un azul intenso, había sentada una joven de cabello morado, corto y puntiagudo, que tocaba con maestría el violín de Víctor.

El violín tenía aspecto de haber sido cuidado, pues parecía rejuvenecido.

Tan impactada estaba la pequeña ante todo lo que estaba contemplando, que olvidó que no debía asomarse tanto.

La música cesó de repente:

-¡Oh dios mío!- gritó aquella chica mirando hacía la ventana.

Musgo dio un brinco al verse descubierta y quiso salir corriendo, pero entonces la muchacha dijo...

-¡Sabía que no lo había soñado! ¡Lo sabía! ¡Sabía que existías!

Musgo se quedó congelada...

-Dios mío, llevo esperando este momento, ¡desde que era niña!

-Lo siento... yo solo vine, por que escuché... -titubeó Musgo...

-¿Que… Que eres? ¿Un... fantasma?

Musgo no supo que responder.

-¡Marie! Tienes la cena desde hace media hora esperándote, ¡quieres bajar ya!

Musgo estaba saliendo por la ventana…

-¡Eh! -le susurró Marie- ¿Vendrás otro día?

Pero Musgo, ya se había marchado. 




Marie continuó tocando el violín y Musgo, siguió sin poder resistirse a ir a verla... y cuando los dedos de Marie se hicieron ancianos y ya no pudieron tocar más, pasaban largas horas en la noche sentadas y hablando en susurros con la puerta cerrada.

Mientras hablaban Marie tejía calcetines, para que su nuera no acabara descubriendo, a causa de las pisadas de barro, que los cuentos que contaba la abuela a sus nietos, sobre una criatura pequeña de un solo colmillo, pálida y ojerosa, que habitaba en la noche y que tenía cabellos largos y verdes como el musgo y ojos totalmente negros como el carbón, existía de verdad. 



Y un día Marie, también se marchó. Pero Musgo que había comenzado a visitar cada noche la tumba de Víctor y ahora también la de Marie, no se entristeció.

Pues ahora comprendía que el amor que habita en el interior de la verdadera amistad, era incluso más eterno que ella misma.

...y siempre habría, en algún lugar, una nueva oportunidad de amar.



Cerré el blog por un tiempo... pero a partir de hoy, vuelve a estar abierto. 

Traigo además un cuento nuevo, que deseo de todo corazón os haya gustado :)


¡Hasta el próximo día!